Excursión por Lezo. 15 de marzo de 2015

Un día estupendo fue el que pasamos el domingo día 15 en nuestra excursión por los acantilados guipuzcoanos.

La jornada arrancó cuando el autobús vino a recogernos primero en Alberite y después en Logroño, a las siete de la mañana, aun con las legañas en los ojos pero con la alegría de encontrarnos con los compañeros. Durante el viaje, tranquilo a diferencia de la vuelta, estuvimos hablando unos con otros para comentar nuestras últimas escapadas montañeras, proyectos futuros… pero de vez en cuando mirando de reojo por la ventanilla para ver el astro que estaba muy nuboso e incluso nos nevó en algún tramo.

Sobre las 9 y 20 llegamos a Lezo, nuestro destino donde allí nos esperaban un grupo de gente que nos acompañaría durante la excursión, con Alberto a la cabeza quien nos guiaría durante la jornada.

A pie del autobús, nos pusimos las botas, revisamos la mochila, comimos un tentempié y… para arriba. Empezamos a caminar y, tras un titubeante inicio, encaminamos el sendero cuesta arriba. A los pocos minutos empezó a llover y las gotas recorrían nuestras frentes mezcladas con el sudor ¡vaya cuesta y nos sobra ropa! Las palabras se tornaron en silencio y luego escuchamos -sentimos- el sonido del golpeteo del granizo sobre nuestras capuchas. Arreció la lluvia mezclada con las diminutas bolas de hielo durante un rato y luego, tras media hora llegó la calma y ya apenas nos llovió durante el resto de la excursión.

Tras coronar un collado y no tomar la senda que nos debiera llevar al monte Jaizkibel, quien sabe si de forma premeditada, nos encaramos hacia el mar Cantábrico y en esa cuesta hacia abajo, con cuidado de no resbalarnos, hicimos un montón de fotos. Con risas y charlas animadas, acabamos en un chiringuito costero para almorzar.

En esta parada, Txampi nos recordó que su hija Ane, a quien llevaba en la mochila, era la socia más joven de nuestro Club que hacía esta excursión. Y damos fe de ello y también que es mucho más guapa que su progenitor.

Continuamos por la senda hormigonada hasta llegar a Pasajes y allí cruzamos la ría en una barca, pero al ser tantos tuvimos que hacerlo en varias fases, por lo que aprovechamos para hacer fotos y echarnos unas risas. Este año está siendo una travesía montañero-marítima.

Una vez que todos pasamos al otro lado de la ría, iniciamos un sinuoso y precioso sendero por los acantilados. Tras un incesante sube y baja, con barro en las botas, llegamos a San Sebastián tras haber disfrutado de muchas y bonitas vistas. Coincidimos en este tramo con personas que hacían alguna prueba de orientación en montaña y nos cruzamos con un deportista que estaba más perdido que alguno de los nuestros tras la comida de la sidrería.

En las primeras casas de San Sebastián, nos esperaba el hermano de Ignacio con un termo de té que nos supo a gloria y les agradecimos tan bonito gesto.

Unos metros más allá, frente al Kursaal, nos esperaba el autobús y en mitad del paseo nos cambiamos de ropa ante la sorprendida mirada de algunos de los transeúntes. Subidos al vehículo ansiábamos llegar a la sidrería para comenzar nuestra particular fiesta.

Llegamos al restaurante en quince minutos e invadimos la sala para coger nuestros sitios y sobre todo nuestro vaso que resultaría ya inseparable hasta el final de la comida. Entre sidra y sidra, trago y trago, degustamos el menú típico de tortilla de bacalao, tacos de bacalao con pimientos, chuletón, queso con nueces y membrillo y cafés. Alguna, como bien se ve en la foto, bebió sidra en un estilo un tanto peculiar y especial que ya instauró en la edición del pasado año. A medida que pasaba el tiempo, las visitas a las kupelas bajaban de ritmo mientras que la intensidad de la exaltación de la amistad iba en aumento.

Tras visitar los wc y hacer la foto de grupo de rigor, nos despedimos de nuestros compañeros guipuzcoanos para coger el bus que nos llevaría a Logroño ¡gracias majos!. Sobra decir que durante el viaje de vuelta, nuestro Txema nos amenizó con su charla y arengas que a más de uno le impidió hacer una siesta en condiciones. Llegados a nuestro destino, nos despedimos con el firme propósito de vernos en la siguiente.