Jaizkibel. Valle de los colores. 25 de marzo de 2023
A la hora de redactar esta crónica, se ha decidido dejar a un lado la descripción de la ruta, obviando los tiempos, los desniveles, las distancias,… ya que internet está plagada de webs que ofrecen esta información.
Por tanto, esta breve narrativa intentará explicar las sensaciones, una versión intimista de lo acontecido.
La jornada comenzó con un viaje en bus, con todos los asientos ocupados por compañeras y amigos que no quisimos perdernos un día de encuentro, quizá con la montaña como excusa, y con la mirada puesta en ese momento mágico de confraternización alrededor de las kupelas.
Una vez llegados al mirador de Santa Bárbara, comenzamos a caminar con unas estupendas vistas de la costa atlántica para llegar prematuramente a la cima de hoy, el Jaizkibel, que nos pilló de improviso por lo que no hubo la típica foto de grupo en cumbre. Aún nos quedaban pasos por dar.
Comenzamos a bajar y siempre nos encontramos en los cruces voluntariosas personas que nos indicaban el camino correcto, con una sonrisa en la boca.
Y allí estaba el mar, enfrente, con su rugido cada vez más cercano hasta que llegó el momento que lo teníamos ahí, cerca, muy cerca, que hasta podíamos sentir su olor. Encontramos el momento, y el punto perfecto, para pararnos a echar un bocado, todos con nuestra mirada dirigida hacia el mar, a modo de anfiteatro natural, tan natural como ese vermú que gentilmente nos ofreció Mikel.
Continuamos con la caminata, disfrutando del paisaje para llegar a un sitio mágico, el bien llamado valle de los colores que hasta un daltónico podía disfutar de la variedad cromática y belleza del entorno. Y la imaginación nos ofrecía multitud de diferentes interpretaciones sobre las formaciones que la mano del viento y el agua han esculpido en las rocas.
Tras abandonar, con pena, esta zona empezamos a caminar hacia arriba, para llegar a nuestro punto de partida donde el autobús nos estaba esperando.
Luego llegó la segunda parte del día donde -más allá del encuentro gastronómico- hubo esos momentos de juntarnos unos con otros, con la sidra como testigo, brindando como si fuese un sello de amistad o de contratos para planes montañeros futuros. O sencillamente por placer de estar allí.
Como todo en la vida, llegó el momento de ir terminando, de volver a nuestros hogares, con una sonrisa en la boca, quizá más acusada por la ayuda de la sidra, y con la mente en la siguiente escapada.
Días como ayer, hacen que merezca la pena estar en un grupo de montaña como este, mucho más allá que una simple agencia de viajes que las hay, y muchas.
Aquí van unas cuantas fotos. Nos vemos en la siguiente.